La carta.

- ¿Quién es ese hombre?

- Pero hija, ¿No le conoces? Ese señor es Santa Claus.

La niña miró a su madre extrañada y con incredulidad.

- ¿De verdad es Santa Claus?

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Las infinitas avenidas de la zona centro de la ciudad lucían  distinguidas y opulentas, dibujando con trazos de led enormes copos de nieve y estrellas fugaces. La marabunta de las compras de última hora colapsaba los acerados como los coches las autovías a principios de Agosto. Los chiquillos salían sonrientes de las tiendas de golosinas, algún jubilado parado frente al escaparate de una sombrerería ensoñaba el sombrero perfecto y la esposa de un importante empresario se abrazaba amorosamente a él porque le había comprado aquel bolso que tanto deseaba y que ninguna de sus amigas tenía. Caprichos mundanos que a todo el mundo gustan.

A las espaldas de allí se levantaban altísimos edificios de viviendas en los que habitaba el vulgo. En un huequito estrecho en la entrepierna de dos de aquellas moles se plantaba una pequeña casa fabricada con madera calada y mohosa. Contaba con un porche cubierto, alumbrado por la desnuda luz de una bombilla sin plafón. Un barrizal espeso y sucio hacía las veces de jardín. Junto a la puerta de entrada un viejo y huesudo reno de nariz roja, amargado y huraño, roía las ramas de un deformado abeto de plástico.

Lloviznaba muy menudo por lo que apenas hacía frío. Sentado en el porche, apoyándose sobre una mesa raída y vasta, se encontraba "Santa" escribiendo una carta. Una madre y su hija se detuvieron  a observarle desde la calle pero rápidamente se marcharon de allí seguramente intimidadas por los resoplidos amenazantes del reno gruñón.

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Tenía la barba descuidada y vestía ropa sucia. Escribía con la izquierda:

"Querida, otro año más que te escribo, que te busco. Desconozco si ya habrás nacido y contigo, tu talento, pero aún así te busco, te escribo.

Yo sigo igual, con las mismas costumbres de siempre, aunque más viejo y más jodido. El niño que habita en mí no me ha abandonado, con eso me doy por contento y continúo hacia adelante.

Quién sabe si peinarás trenzas o coletas, o una larga melena y si tus ojos serán redondos o almendrados. Tal vez tu boca tenga sabor a fresa.  Quién sabe si caminas o vuelas tan alto como una cometa. ¿Me veo guapo desde las estrellas?

Si hay algo que tengo claro es que te reconoceré cuando vengas.

Sin más me despido, con la esperanza de que se crucen nuestros caminos."

- ¡Hola!

El reno comenzó a gruñir. "Santa" giró la cabeza y pudo ver a través de la verja a una niña de ojos vivos y mirada sincera que portaba a su espalda una guitarra que abultaba más que ella. Era como un caracolito alegre y vivaz. La invitó a pasar y en lugar de entrar por la puerta saltó la verja. Se entretuvo en asustar al reno, que salió corriendo. Dio una carrera y se plantó en el porche chocándole los cinco a "Santa".

- Te comportaste bien este año. ¿Verdad?

- ¡SÍ! - dijo dando una vuelta a lo Bisbal.

- ¿Y quieres que "Santa" te traiga todo lo que has pedido?

- ¡YES! - dijo haciéndole la ola.

- Pues antes tienes que llevar este sobre a un buzón de correos.

- ¡VALE! - dijo colocando los brazos al estilo egipcio y salió corriendo.

- ¡VEN! - la llamó "Santa". Quédatelo, es para ti. Pero no leas la carta hasta que sientas que tienes que hacerlo.

La chiquilla se sacó del bolsillo del pantalón una naranja que llevaba para merendar. Y se la entregó.

- ¿Y esto?

- Es tu regalo de navidad. ¡Adéu!


La chiquilla saltó la verja y desapareció al doblar la esquina.








José Daniel Lloret Murillo

4 de Enero de 2020






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