Inocencia

 Sobre una alcayata clavada en la pared, el tic-tac circular que recorre la esfera disuelve el presente en un incesante caudal de futuro. El acompasado respirar que delata su vientre es la sublimación interna de la realidad de la carne transformada en delicadas burbujas tan efímeras como escasos eran los momentos de paz. Absorto en el dulce letargo de la profunda inconsciencia, torna el relajo en rigidez extrema al acusar el calambrazo de un brusco golpe de impresión. Con los ojos abiertos como platos, casi saliéndoseles de las órbitas, no puede apartar la mirada de los dos castores que trepan por la pared y que con la fuerza de sus dientes destruyen el reloj reduciéndolo a un charco de polvo intemporal. La enorme voracidad que demuestran provoca que junten las narices, una suerte de chispazos destellantes sale de esa unión mientras se derriten derramándose pared abajo. 

Tumbado en el catre, desde el jirón que ocupa en una delgada jarda, puede notar el tufillo a metal quemado aún estando inmerso en el tercer o cuarto sótano del subconsciente. Nota una sensación de alivio que no dura mucho pues de la propia pared nace otro reloj de mayor tamaño que el anterior, en el que las agujas se mueven a toda velocidad, como pretendiendo recuperar el tiempo que no se había podido medir. El patillas, con sus pezuñas de carnero y su rabo acabado en punta de lanza aparece desde un costado de la habitación caminando de puntillas y con sigilo coloca un recipiente bajo el reloj. Reloj en el que hurga en su parte baja para desenroscar un tapón, de ahí comienza a manar un grueso chorro de arena que con ritmo continuado va llenando el recipiente. Satanás lo mira y sonríe malévolamente. Cuando se corta el caudal tapa el recipiente con sonoro estruendo, resultando este un reloj de arena que acciona mediante una trampilla. De la excitación, al mismísimo diablo, le brotan llamas de las manos.

Él lo mira desde el falso colchón y con agobio intenta escapar pero su cuerpo no responde y permanece inmóvil como sujeto por cuerdas invisibles. 

Ambos relojes prosiguen su irrefrenable recorrido. 

Dos topos asoman de un agujero que han escarbado en el suelo. Al salir de este se transforman en poderosos hombres, tan grandes como vikingos. Nada más verlos, satanás se quita de en medio. Estos empuñan unos enormes mazos  y con saña comienzan a destrozar ambos relojes golpeándolos por turnos. 

En su inocencia, siente paz, felicidad y gloria. Sensaciones de victoria en el descanso, como si al llegar la mañana, aquel niño de ocho años no tuviera que regresar a trabajar de sol a sol a aquel maldito vertedero junto a sus hermanos.

Comentarios

Entradas populares